Querer una vida del rock & roll debería ser un crimen, porque realmente apesta. Y no es que yo viva en nada cercano al Studio 54, ya, pero mi vida es suficientemente rock and roll como para hacerme odiarla cuando no la adoro con la médula.
Despiertas por la mañana sabiendo que perdiste algo muy valioso, pero ignorando que fue; Tienes frío e intentas no recordar ese amor tuyo que está tan roto de mil maneras, que en la entrada tiene el letrero de “Abandonen toda esperanza aquellos que entren aquí”. Lástima que nunca te haya gustado seguir las reglas…
Peleas con todo el mundo cuando lo que más quieres es un abrazo y tus planes se han ido al caño dejándote flotando sin dirección, y la única solución aunque no del todo lo sea, es encender otro cigarrillo y vaciar otra botella de whiskey.
Porque igual es más probable que mueras de mal de amores por el que ya se fue, o de incertidumbre por el que está rogando por instrucciones para abrir la puerta, pero no sabes si te sabrás explicar, que morir de cáncer de pulmón o de cirrosis. God, no. Eso no sería el final poético, el único tipo de final que tienen las vidas como la tuya. De Rock n’ roll all night and party everyday.