No soy brillante.

Yo lo sé. No soy el tipo de persona que tiene diez de promedio, que llena el perfil para ser ayudante de investigación. Me cuesta trabajo recordar cosas y nunca estoy segura de lo que los demás esperan de mí o de lo que se supone que debería estar haciendo. Pero tampoco soy tonta.

Todos tenemos un lugar en este mundo y a mi no me tocó ser de aquellos, ni voy a representar a México en la ONU, ni me iré de intercambio (No, ni a Serbia) y si consigo una embajada cuando esté en el Servicio Exterior probablemente sea la de Burundi, si me va bien. Es el tipo de cosas que el universo decide, y aunque uno puede decidir sacarle provecho o perder el tiempo lloriqueando, es como el tipo de cambio en México: puede flotar, sí, pero dentro de un ancho de banda. Fuera de allí el Banco de México consigue que todo vuelva a su lugar. Así es con el lugar que tienes asignado: tienes un margen de acción, pero no va a cambiar drásticamente.

De todos modos, no habría personas listas sin tontos, o regulares, y yo tengo mi espacio en el gris entre lo regular y lo brillante, y no me molesta. Planeo sacar jugo de lo que soy y de lo que tengo y cuando ya no esté aquí que al menos un puñado de personas recuerde que formé parte de él. No necesito los reflectores en mí siempre y cuando tenga más que una triste vela.

Hablando de velas, dice un dicho: vela que brilla con el doble de intensidad brilla la mitad del tiempo ¿No?

O algo.

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