Y te levantas, aún en lunes, con el energiómetro hasta las nubes y vas con una sonrisa dispuesta a hacer algo que es bueno para ti y para tu salud.
Pero luego te das cuenta de que apenas van 20 minutos y tú te quedas un paso atrás en todos los movimientos de pilates que la instructora con pinta de fisicoculturista principiante les da a los demás y que todos parecen seguir a la perfección. La señora detrás de ti te mira feo. Paciencia —le dices en tu mente— Es mi primer clase. Ah decir verdad intimida un poco, tiene una expresión que no le deseas a ningún niño ver en su madre.
Cuarenta minutos, no estás del todo cansada. Ahora vas a la bicicleta fija y sólo para darte cuenta de que tu técnica siempre ah estado mal y que no mover las caderas hace que te duela. A tu ritmo, pero sobrevives. Aunque se te doblen las piernas al bajar y te duela todo el resto de la semana, pero llegas al viernes y el fin de semana descubres que no es del todo malo. que para el lunes el dolor ya se habrá ido y que te gusta el ligerísimo cambio que ves en tus piernas.
Entonces vas la siguiente semana dispuesta a apestar un poco menos y conforme pasan los días ruegas por un pretexto para no ir sólo por hoy. Una cita al médico, la apertura del mundial, el meteorito gigante que aplastó únicamente el edificio del gym. Loquesea.
De a poquito dejas de fijarte en el esfuerzo que te lleva la clase y pones atención al rush de adrenalina que curiosamente, te invade después del ejercicio, o al hecho de que las señoras se maquillan para ir a sudar, como si estuvieran esperando que hoy, —a diferencia de ayer, y de la semana anterior—, por fin asista a la clase de thumbling aquél que es su príncipe azul y les dirá: Oh, estuve buscándote todo este tiempo…
Y aunque cada lunes te obligues a arrastrarte hasta allí sólo para ver al entrenador con cuerpo del acento español sexy que te sonríe de ese modo tan encantador y que te hace pensar en posiciones difícilmente alcanzables si no tienes su elasticidad; en el fondo sabes que llegará el día en el que dejes de aparecerte por allí. Como las al menos 10 caras anónimas que has dejado gradualmente de ver en las dos semanas que llevas asistiendo.
Tan solo ruegas porque no sea mucho antes de tu cumpleaños y entonces puedas fingir que dejar de ir era el plan desde el principio y sonreirás para tus adentros y dirás: Lo logré.
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